PARA MUCHO MÁS
Era una fría noche de invierno; en la cama nos apretujábamos mis hermanos y yo.
Recuerdo a mi hermana mayor, que en ese tiempo era una adolescente de 14 años, tomándose muy en serio su papel de "madrecita" y me acurrucaba entre sus brazos para proporcionarme calor.
En la habitación contigua mi madre atendía a mi hermana recién nacida, había nacido tan pequeñita, que mi deseo de vengarme de ella por haberme "desplazado" del cariño de mis padres se iba esfumando poco a poco. Creo que también el coscorrón que me dio mi hermano cuando me encontró sobre la cama donde dormía tratando de despertarla influyó en mi decisión.
Apenas tenía 5 años, pero esa noche en especial es uno de mis recuerdos más perdurables.
Recuerdo la canela caliente que nos preparó mi madre, pintadita con leche, y el trozo de pan recién horneado. No había para más, pero la sensación de hambre no tenía cabida en nuestra casa pues la calidez de mi hogar se metía por todos los poros de la piel y se extendía por todo el cuerpo; cualquier sensación de vacío era más que imposible.
Hornear pan, para la práctica de mi madre, obedecía a varios motivos; el horno encendido proporcionaba calor a la casa, y con lo pequeña que era se cumplía el objetivo; ahorrar un poco en el gasto, y creo que el más importante para ella, mantenerme ocupada y callada (cosa por demás difícil), por un rato al menos. Me daba un trozo de masa, me enseñó a amasarla por largo rato para que el pan se esponjara y rindiera mucho, pero todo esto, me dijo, se debía hacer en completo silencio, pues si el que amasaba hablaba en demasía la masa se "vaciaba" y el pan quedaba fofo.
Todavía ahora a pesar de los años transcurridos, cuando preparo masa lo hago en silencio, aunque mi madre me convenciera hace ya mucho que nada tiene que ver esa práctica, si el pan me sale mal se debe a mis pocas habilidades de repostera.
Recién había pasado la Navidad, y mi posesión más valiosa me esperaba para jugar una vez más al día siguiente, un juego de té tipo antiguo, de plástico pintado de plateado, que yo juraba despedía destellos cuando la luz lo tocaba. Ese había sido mi único juguete recibido. No había para más.
Conforme la noche avanzaba, el frío se hacía más intenso. Mi padre llegó a la casa con la nariz enrojecida y las manos heladas, agradeciendo la taza humeante que mi madre le entregó. Apresuradamente me dirigí hacia donde guardaba la caja con mi juego de té, le entregué la jarra a mi madre quien puso una poca de canela en ella, con mucha ceremonia, coloqué las pequeñas servilletas que mi Mamá Cuca me había tejido para colocarlas sobre el platito plateado y servir el té "Como Dios manda" y con mucho cuidado serví una pequeña cantidad en dos tacitas, tal como ella me había enseñado; pacientemente mi padre tomó el té que le serví, y escuchó la perorata que le lancé durante unos minutos, antes que una de mis hermanas viniera a salvarlo de tal tormento.
Luego de un rato me dormí acurrucada en los brazos de mi hermana, me parecía divertido compartir la cama con mis hermanos, no sabía que eso que veía como un juego no era otra cosa que la falta de cobijas para abrigarnos. No había para más.
Desperté cuando mi madre me movió y me dijo que me apresurara a levantarme, todavía adormilada sentí que me colocaba el gorro y la bufanda tejidos por ella, me colocó varios suéteres, hasta que estuvo segura que no sentiría frío, pero que casi no me dejaban moverme. Había tanta exitación que tuve miedo, pero no dije nada; en la puerta apareció mi padre y corrí hacia él ya totalmente despierta, le tomé de la mano apretándola por el temor que sentía.
Cuando abrió la puerta hacia la calle, vi el espectáculo mas bello que hasta ese momento había visto, un manto blanco lo cubría todo, levanté la vista y vi que del cielo caían numerosas mariposas blancas que al llegar al suelo se fundían con la alfombra blanca que se hundía bajo mis pies. ¡ Es nieve ! me gritaban mis hermanos divertidos por mi cara de asombro.
Durante la noche había comenzado a nevar, mi padre nos despertó a las 2 de la mañana para que disfrutáramos algo que era inusual en nuestra ciudad.
No sentí frío aquella madrugada, sino un intenso placer al ver la nieve por primera vez. La probé, la dejé deshacerse entre mis dedos, jugué y corrí como loca detrás de mi perro y de mi familia, vi el rostro de mi madre por la ventana sonreírnos y levantar a mi hermanita para que "observara" el hermoso paisaje. Hicimos un muñeco de nieve al que le colocamos un viejo sombrero de mi abuelo.
A la mañana siguiente me desperté muy temprano, no quería perderme un minuto de diversión. Miré a mi padre irse al trabajo, tenía ojeras por lo poco que había dormido.
Nunca olvidaré esa noche, nunca olvidaré esa aventura que inició con 5 chiquillos apretujados en una cama y que terminó con las mejillas sonrosadas por un intenso frío, bebiendo unas tazas de caliente canela pintadita con leche en la madrugada.
Esa noche entendí que había para más, para mucho más...............
Dios me ha dado la dicha de tener una familia tan hermosa como la que tengo... Sabes que soy tu fan numero uno y no me pierdo cada uno de tus escritos.. Te amo tia hermosa. Nunca dejes de escribir esos recuerdos tan bellos.
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