Después de varias semanas en las cuales los aleteos de las prisas me mantuvieron en vuelo tal cual si fuese un colibrí libando el néctar de la vida; por fin puedo simplemente planear, dejarme llevar sin sobresaltos y disfrutar de unos días de; no sé si merecidas, pero si muy necesarias vacaciones.
Ahora , después de varias horas de sueño reparador puedo relajarme y sumergirme en la vorágine de las compras navideñas, pensar qué cosa útil o inútil le puede hacer falta (o no) a mi numerosa familia.
Después de varias listas sin terminar me doy por vencida y permito a mi mente regodearse con los recuerdos que, sin freno pueden pasearse por mi memoria en doble vía de ida y vuelta.
No puedo evitar recordar la manera como festejábamos la Navidad cuando era niña, o en mi etapa de adolescencia, el cosquilleo que sentía al ver que debajo del árbol navideño se iban acumulando los regalos que, según nos decía mi mamá, sólo eran paquetes vacíos que eran llenados la noche de navidad por Santa Claus a su llegada a cada hogar. Conforme la familia iba creciendo, también la cantidad de regalos aumentaba.
Recuerdo a mi padre cuando en punto de las 10 de la noche bajaba y se sentaba en la cochera de la casa vistiendo sus mejores galas. Siempre de traje, acomodaba las bocinas en la cochera y ponía villancicos para que la gente que pasaba escuchara canciones navideñas.
La casa se llenaba de los aromas de todas las viandas que mi madre preparaba, pavo relleno o pierna mechada, pasta, ensalada, postre y por supuesto no podían faltar los deliciosos tamales. Con deleite disfrutábamos de todo lo cocinado sin sospechar siquiera, sin detenernos a pensar en el cansancio que eso producía en mi madre, pues una vez que todo estaba listo, los tamales terminando de cocinarse y el pavo o la pierna en el horno, ella subía a su recámara y poco después bajaba hermosa y a tono con las vestiduras de mi padre.
Conforme nos fuimos a seguir nuestro propio destino, cada uno de mis hermanos y yo, las celebraciones fueron cambiando; ya no rezábamos el rosario todos juntos para acostar al niño Jesús en el pesebre acomodado en el nacimiento que ponían mis padres, primero con nuestra ayuda y, después con la ayuda de algunos de sus nietos. Después de atender cada uno sus propios asuntos, íbamos llegando justo para iniciar la cena, repartir los regalos y pasar de la Nochebuena a la Navidad compartiendo momentos maravillosos.
La primera Navidad después de fallecimiento de mi querida hermana Silvia fué un festejo agridulce donde se mezclaron las risas y las lágrimas. Nos abrazábamos para consolar nuestra tristeza y para sentir la presencia de la ausente.
Salvo situaciones extraordinarias, como alguna enfermedad o nacimiento de algún miembro de la familia, siempre celebramos la Navidad en casa de mis padres, a ninguno se nos ocurría pensar que llegaría el momento de cambiar esa tradición. Nos imaginábamos que cuando mis padres murieran llegaría el momento de decidir dónde nos reuniríamos toda la familia.
Sin embargo el año pasado debido al recrudecimiento de la inseguridad y la violencia en nuestra ciudad y, sobre todo del artero asesinato de mis hijos queridos Héctor y Carlos mi padre decidió poner fin a esa tradición. Nos pidió que cada familia preparase su cena de navidad en su casa para evitar salir de madrugada como lo hicimos durante tantos y tantos años.
Me cuesta trabajo aceptar que una guerra que inició sin darnos cuenta haya cambiado toda una época de historia en nuestra familia, este es el segundo año en que no acudiremos a la casa de Tita y de General para sentarnos a la mesa, orar, cenar, reír y llorar. Algunos de los nietos se niegan a aceptar ese cambio, pero mi padre es inflexible en esa decisión; no quiere pasar sozobra al despedirnos a los que vivimos lejos.
No sé si es una buena decisión o no pero la respeto, como casi todas las decisiones que mi padre ha tomado, sé que tarde o temprano nos acostumbraremos a esta nueva forma de celebrar, me duele pensar que la nueva generación de nietos y bisnietos no recordarán las noches y madrugadas maravillosas que pasamos todos reunidos alrededor de la mesa del comedor o desparramados en los sillones de la sala, pero al fin y al cabo este es sólo un ciclo más que se cumple. es una etapa que termina y otra nueva etapa que comienza.
A final de cuentas, esta es una forma de comprobar que simplemente nada, nada es para siempre...........................................................................................................
¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!
Hey.... siempre tan bonito todo lo que escribes seguro pasaras una linda noche buena, lei tu mensajito en mi muro, eres un sol besos amiga.
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