A lo largo de mis 25 años de casada he cambiado en varias ocasiones de residencia; por lo tanto el decir adiós no es ajeno para mi. Me he acostumbrado a ser yo la que se despide, la que se va, la que termina e inicia ciclos.
En retrospectiva me doy cuenta que han sido muy pocas veces las que he estado del lado del que se queda. Uno de los "adioces" que más recuerdo es el de mi querida Lea, mi entrañable amiga de la infancia. Juntas estudiabamos en la Primaria "González Ortega" y pasamos un sin fin de momentos maravillosos; como la tarde que nos reunimos en casa de otra compañera para aprender a hacer tortillas de harina. El resultado fue una tarde de risas, un empacho por comer tortillas crudas y una reserva sin par para el baúl de los recurdos.
Cuando mi amiga Lea se fué, nos despedimos jurándonos que nunca nos olvidaríamos y que nos mantendríamos en contacto por simpre. Lo primero lo cumplimos; al menos yo la recuerdo con frecuencia, lo segundo lo cumplimos durante un tiempo, nos mantuvimos en contacto mediante cartas pero la distancia rellenó los huecos de la ausencia y solamente nos dejó la nostalgia de lo vivído.
Me he acostumbrado tanto a partir que ahora me parece extraño no encontrarme en medio del remolino de los preparativos que conlleva toda separación.
Decir adiós asusta, lastima, confunde, nos lleva a asomarnos en el túnel de la incertidumbre y en ocasiones no distinguimos luz al final, pero si nos damos la oportunidad descubriremos que una partida siempre tiene una llegada, que un final siempre tiene un principio, que un adiós siempre tiene una bienvenida.
Al dejar atrás trozos de nuestra existencia estamos dejando espacio para levantar aquello nuevo que nos tiene preparado el destino.
Todo esto de las despedidas sale a colación porque dentro de unos días se va a otro país mi querida Mary la esposa de mi gordo adorado; la maraña de las vueltas que da la vida la llevó a tomar esta decisión. Se va a encontrar el rumbo, a desbaratar la madeja del desasosiego y asomarse al final del túnel para encontrarse con el mañana, con la esperanza, con la cetidumbre de que el tiempo y la distancia no romperá los lazos de cariño que nos unen a ella.
Sin duda la extrañaremos y nos extrañará, añoraremos los ratos compartidos, las carnes asadas, las discadas o las noches de llorar recordando a Héctor, a Carlos y a mi querida Silvia.
De cuando en cuando volteará al pasado y sucumbirá a la pesadumbre de lo dejado en el camino y sí, tambien descubrirá como lo hemos hecho todos los que nos hemos despedido, que un final siempre tiene un principio, una partida siempre tiene una llegada y que un adiós siempre, siempre tiene una bienvenida......................................................................
Dios te bendiga Mary, gracias por esos años de dicha que le regalaste a Héctor y por todo el amor que le diste; ve y encuentra la paz que aquí te estaremos esperando.
Dios te bendiga Mary, gracias por esos años de dicha que le regalaste a Héctor y por todo el amor que le diste; ve y encuentra la paz que aquí te estaremos esperando.
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