jueves, 5 de agosto de 2010

¿Quién espanta a la borrega?



Mi papá Vito era mi abuelo materno, fué un hombre maravilloso al que recuerdo con mucha ternura. Tenía su cabello totalmente blanco, como lo tiene mi madre ahora y como creo que yo lo tendré, cuando encuentre el valor de dejar de teñirmelo.
Bajito de estatura, pero de corazón enorme, caminaba derechito, me encantaba verlo llegar con su sombrero de medio lado, como todo un caballero. Me hacía las tardes llevaderas cuando no había nada que hacer mas que dejar que el calor agobiante  del verano se nos metiera hasta en los pensamientos.
Fué ferrocarrilero y después trabajó como hombre pez, bajando a ríos de aguas heladas para dejar testimonio de su existencia en los fuertes cimientos de varios de los puentes que cruzan por mi querido México.
Nunca me cansaba de escuchar sus historias, me hacía estremecer cuando hablaba sobre aquellos hombres que perdían  la voluntad al escuchar el canto de la Dama de la selva, o la del cántaro con la vela encendida que usaban para localizar a aquellos que tenían la desgracia de morir ahogados en los ríos; nunca fallaba decía, y con sus relatos tan bien contados  me imaginaba aquella vasija con una vela encendida dentro que era arrastrada por la corriente hasta detenerse y flotar en círculos exactamente dónde se encontraba el infortunado atorado por las raíces y el miedo.
Papá Vito me cantaba 2 canciones, eran exclusivas para mí, aún cuando su voz se apagaba más pronto de lo esperado pues su capacidad respiratoria cada vez era menor, como resultado de las horas pasadas bajo las heladas aguas.
Pero había valido de pena, recordaba con orgullo aquellas imágenes que pasaban antaño en todos los cines del país, antes de iniciar la película en cartelera donde aparecía dando la mano al Presidente de la República de aquellos años, después de la inauguración de un puente.
Me regaló su sabiduría durante los años que vivió con nosotros, agradezco a Dios por ello.
Discreto, podía desaparecer entre las grietas de la mesura, pero cuando sonreía nadie era capaz de ignorarlo.
Recuerdo su saludo cuando  regresaba de la escuela y subía a saludarlo: "¿Quién espanta a la borrega?" me preguntaba; "yo mera", le respondía. Los caminos del tiempo han borrado de mi memoria el significado de ese saludo,  pero sabiendo lo aficionado que era a contar historias, no dudo que tras de éste evento cotidiano se escondiera una más de sus interesantes narraciones.
Poco a poco su cuerpo fue cobrándo la factura de los años dedicados a esa actividad que él consideraba facinante, parte de sus pulmones se fueron muriendo haciéndole cada vez más difícil la respiración, y a pesar de sus largas caminatas, nada pudo hacer para detener al fantasma del ahogo, sin que tuviera la esperanza de que el cántaro con la vela encendida flotara en círculos para encontrarle el camino de regreso.
Una tarde, cuando mi boda estaba próxima, entró en mi habitación muy contento, estaba mejorando mucho me dijo, y hasta creía que podría bailar conmigo durante el banquete nupcial. Debido a esto, dedicábamos unos minutos después de mi trabajo para practicar; bailábamos despacito y  cada vez se movía con mayor soltura.
Un helado domingo de Enero despertó más agitado que otros días, para no perder la costumbre peleámos, ésta vez por no querer que lo llevaramos al hospital.
"Si me lleva al hospital me muero apenas entre" me increpó,  "Prometí estar pasado mañana en Saltillo", él siempre cumplía sus promesas, y al escucharlo no pude dejar de sentirme agobiada, tan mal lo veía .
Horas más tarde se le escapó su último suspiro en los brazos de mi futuro esposo. Ya no bailaría conmigo el día de mi boda, a cambio Dios le concedió cumplir su promesa, no podía faltar a su palabra, estuvo en Saltillo rodeado de sus seres queridos, sentimos su presencia, escuchamos su risa sin sofocos, sin susurros.
Bailé mucho tiempo con él durante mis sueños y despierta respondí muchas veces más cuando mi  corazón escuchaba su alegre saludo "¿Quién espanta a la borrega?".................................................


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